Luz del Viento
Relatos

8,37

Ayer la pude ver por primera vez. Asustada y tiritando de frío se quedó a mi lado. No me ha dicho su nombre, pero para mí se llamará “8, 37 horas”, en honor al momento en que apareció junto a mí. Esperaré a mañana y entonces yo le diré mi nombre “12,53 horas”. Bueno, las malas lenguas, me llaman “abuelo”. Aquí la ancianidad es una desgracia. Recuerdo a “9,53 horas”, solo estuvo con nosotros tres días, que pudieran haber sido menos, si no hubiera habido un fin de semana por medio. Yo en cambio llevo aquí quince años. Dicen que es por el color del cabello ¡Como si eso fuera importante! ¡Creencias absurdas! Siguen instalados en la Edad Media, cuando se creía que un pelirrojo daba mala suerte.

“8,37” me está mirando. Ha descubierto que yo también soy pelirrojo. ¡Qué desgracia para ella!, nadie la querrá.

—Bienvenida “8,37 horas” —Le digo.

—¿Ocho qué?

—Disculpa, que como no me has dicho tu nombre, he pensado en ponerte yo uno. Aquí todos nos llamamos así. Mira aquél se llama 10,35, la señora del fondo es 7,27.

—¿Y tú?

—Disculpa, que soy un mal educado, soy 12,53.

Acabo de cometer mi primer fallo, ¿cómo iba a saber ella como me llamo yo?, ser el más antiguo y singular de aquel lugar no es una carta de presentación.

—¿Cuándo se sale de aquí?

Pienso si decirle la verdad…

—El tiempo es variable, con un poco de suerte solo estarás tres o cuatro días.

—¡Tengo frío!

—No te preocupes 8,37, te acostumbrarás. Aquí siempre tenemos la misma temperatura. Desde que llevo aquí aquel termómetro no ha variado de menos 20 grados centígrados.

Oigo pasos, la puerta se está abriendo. Un hombre y una mujer nos miran mientras se dicen algo incomprensible para mí. La mujer apunta los datos de mi etiqueta y después hace lo mismo con 8,37. Por primera vez siento calor… ¡Vamos a salir los dos!

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