Tipex
Eras la estrella de las oficinas, no había ninguna que no se preciara de tenerte entre los útiles de escritorio. Si el escribiente tecleaba una expresión o palabra incorrecta, allí estabas tú tapándolo con tu escobilla y el blanco del papel volvía a resurgir. Pásame el bote de Tipex, se decían unos a otros. Tan solo hacía falta un buen lanzamiento y el de la mesa de enfrente te recogía pensando que era el mejor portero del mundo. Dabas una pincelada sobre error cometido, y con ella lograbas que la tranquilidad volviera al oficinista.
Recuerdas a Don Mariano, o don Perfecto, como le llamabas, aquel jefe quisquilloso, que no quería que le presentaran documentos rectificados. ¡Cómo si él nunca se equivocara! Un día te arrojó a la papelera, menos mal que en cuanto se fue a su despacho, Beatriz te recogió y te puso escondido detrás de la Olivetti. Había otras personas trabajando, nunca te interesaron, eras propiedad ella.
Hace veinte años de aquel fatídico día en el que don Perfecto decidió modernizar la empresa, sustituyendo las viejas máquinas de escribir por ordenadores. Un ordenanza te recogió y te metió en el archivo. Esa ha sido tu casa durante todo ese tiempo. Desde allí en lo alto de una estantería, y detrás de la vieja máquina de escribir, has visto cómo se archivan documentos impecablemente redactados, ya no tienen faltas de ortografía. Los escribientes, ahora se les llama administrativos, a ti te gusta más la antigua denominación, ya no ponen en limpio lo que dicta el jefe. El ordenador se lo da todo hecho. Hasta parece que el corrector ortográfico, les ha elevado en nivel de conocimiento de la lengua.
Entre los legajos pudiste ver el día en el que don Mariano, (aquí dejó de ser don Perfecto), le declaraba su amor a Tomasa. Estuviste a punto de dar un brinco y saltar sobre el jefe para borrar aquellas frases que le salían torpemente de su boca te quiero, eres la mujer de mi vida. Tú sabías que aquello no era cierto, el jefe estaba casado y no tenía interés en dejar a su esposa. Sin embargo, tu escribiente favorita quedó atrapada por sus mentiras. ¿O fue el miedo a perder su empleo? Piensas que tal vez aquel arrebato fueran los celos.
Desde tu escondite detrás de la Olivetti, has podido ver cómo ella ha cambiado, la joven alegre, se ha convertido en malhumorada. Piensas que puede ser debido a su hija, que está en plena adolescencia.
Hoy escuchas como don Mariano, a punto de jubilarse, le decía a Tomasa que buscara un antiguo criptógrafo en el archivo. Revolviendo legajos y legajos, se topó contigo. Lleno de polvo, tu líquido se ha secado; sin embargo, le has devuelto una sonrisa a tu escribiente favorita. Allí estabas tú, Monsieur Tipex, como te gustaba que te llamaran.